El derecho a ser un monstruo
Muestra fotográfica de Kenny Lemes.
En un mundo apocalíptico como éste es de saber que de las sombras saldrán los monstruos, los marginados, los desplazados, los silenciados; y que suavemente, con indetenible delicadeza, ocuparán los espacios que les fueron negados durante el mandato de los capaces y los instruídos y los fértiles y los merecedores. El eco subterráneo vibrará tan fuerte que eyectará de la tierra mugrosa a los arrastrados harapientos y se develarán sin asombro los besos afiebrados, el deseo virósico y los tuertos y los chuecos, los tartamudos y los ignorantes. Y estas bestias sensuales sobre plataformas acrílicas enfangadas organizarán comunidades y desde el seno de lo colectivo amasarán esculturas mal hechas a propósito y pintarán con mierda. El perfume hediondo de los infradotados inundará los museos y las enrredaderas romperán los pisos y cubrirán los retratos y las polillas anidarán en los pequeños intersticios de galeones europeos y habrá orugas y pupas negras de mariposas hermafroditas inútiles de un solo ala. Y en la noche del nuevo mundo prevalecerá la huella imborrable de aquellos que fracasaron, de los expulsados de sus casas, de los que le dieron verguenza a su sangre, de los nunca elegidos, de los derrotados, los por siempre rechazados y bailarán y alzarán la bandera de este nuevo ser revolucionario vocero de su propia desgracia, artista limosnero, ominoso y muerto de hambre. Feroz. Abatido. Sidoso. Muy triste. Hecho añicos. Luminoso pero violento como el recuerdo feliz que no podemos aniquilar, como quien mira el sol directo y aunque cierra los ojos la mancha de luz persiste sobre los párpados, desde el lado de adentro.